Emily Thompson
La belleza salvaje y contundente de Vermont, donde nació (1973), parece marcar el estilo de todo lo que hace. Calificada por el gran florista de la Casa Real británica Shane Connolly como “la mejor florista del mundo”, Thompson se formó en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, en la Universidad de Pensilvania y en UCLA, donde se especializó en escultura. Más adelante se mudó a su actual ciudad de residencia, Nueva York, y allí “me encontré con una multitud de zarzas espinosas y me propuse sacarlas a la luz”, en sus propias palabras.
Su estilo, en el que utiliza preferentemente materiales locales, remarca el poder de la naturaleza para imponer su belleza. En sus diseños pueden convivir flores, vainas de semillas, frutas, ramas y maleza poco habitual en el arte floral más convencional. Con un gusto muy especial por la yuxtaposición de materiales, Thompson se declara amante de la estética que inspiran las ruinas, jugando a menudo a recrearlas de forma artificial, con tal destreza que simulan algo nacido de la propia naturaleza.
Entre sus clientes hay instituciones como la Casa Blanca, MoMA Museum of Modern Art NY o Whitney Museum of American Art; marcas como Ferrari, Chanel, Giorgio Armani, Google, Tiffany & Co o Volvo; además de las publicaciones más prestigiosas del mundo, como Architectural Digest, The New York Times, Vogue, Wall Street Journal o Forbes.